“El poder de una felicidad constante descansa en la fuerza de una gratitud consistente.”

Ser agradecidos y practicar la gratitud es la actitud prudente, humilde e inteligente para cultivar nuestra felicidad. La felicidad se aviva cuando miramos alrededor y hacemos conciencia de las misericordias fieles, de parte de Dios, que nos rodean en abundancia cada día.

De seguro que todos tenemos días difíciles donde afrontamos todo tipo de adversidades. Algunos luchan en el presente con enfermedades, otros con la soledad, alguien con injusticias y otros con carencias materiales. La vida, cuando es contemplada sin la óptica del plan divino y con ojos desprovistos de la esperanza redentora nos parece frágil, injusta, dura, vana, oscura y sin propósito favorable alguno. Pero cuando vemos la vida a través de los ojos del soberano Dios y alcanzamos en alguna medida justa a comprender Su amor, Su cuidado providencial y lo que ha hecho por nosotros, – cada día que hemos vivido e irónicamente, aun en aquellos que hemos calificado como malos-, nos damos cuenta de que Su favor, amor y propósito siempre permanecieron abundantemente con nosotros.

La gratitud se forja en la revelación del amor, la inteligencia ingeniosa y la justicia sagaz de Dios para con nosotros. No hay día al que miremos y no podamos ver Su mano providencial asistiéndonos, aun cuando nuestros corazones no estaban en Él. No hay forma de mirar atrás y no ver cómo nos sostuvo con Su diestra y sustentó con Su gran poder.

Contemplar, examinar, juzgar rectamente y comprender adecuadamente la provisión divina es cultivar la gratitud. No hay felicidad en la queja, amargura, descontento y remordimientos. Pero hay abundante felicidad en la gratitud. Mira a tu pasado, considera tu presente y cuenta las múltiples cosas que Dios ha hecho a tu favor. Contempla sus misericordias, sus múltiples bendiciones y miles de provisiones. Analiza, si te correspondían y si eras digno de ellas y luego, agradece. Ten gratitud de Su amor, gracia, presencia, amistad, cuidado y misericordias. Agradece por la sangre que te hizo nuevo, por el sacrificio que te libró de Su justa ira y por la vida incorruptible que te labró el Cristo en la madera de la cruz. Cuenta tus bendiciones presentes y déjame saber si los números te alcanzan. Alza tu mirada a tu eternidad segura en Cristo y luego me explicas cómo agradecer eso de forma adecuada. Mira hacia dentro de tu corazón y espíritu y explícame a Dios habitándote. Luego, pregúntate: ¿Qué es lo que me hace falta? Para entonces, la ironía de tu ingratitud habrá sido violentamente vencida por la verdad de tu única realidad.

Hoy es buen día para ser agradecidos, para cultivar la gratitud y experimentar libertad de la apatía y la triste arrogancia de nuestro desánimo egoísta. Agradece, no solo con palabras, pero con una vida agradecida; con la vida que vive feliz, que agradece en todo y por todo, sabiendo que todo es para nuestro bien y Su gloria. Agradece por lo grande, a saber, Dios en ti esperanza de gloria. Agradece por lo pequeño, a saber, todas las provisiones temporales que tienes. Agradece por lo adverso sabiendo que Dios tornará todo para tu bien. Agradece en todo tiempo, con todo gozo y concédete el placer de regocijarte siempre. Nutre y cultiva tu felicidad descansando en la fuerza de una gratitud consistente, a fin de que la paz y prosperidad de Dios gobierne tu corazón. Ser feliz es ser agradecido.

Por: Agapito Avila

Arbol Vida