Les cuento la historia del integrante más reciente de mi familia – Pepper. Una noche, al salir del trabajo, mi hija mayor – Sophia, se percato de una gatita que estaba atrapada en el drenaje. Sophia no pudo continuar sin tratar de rescatar a la gatita. Y pues sí, la pudo rescatar – y de paso la trajo a la casa. Yo no estaba muy emocionada, pero al contarme la historia no pude negarme. Al llegar a la casa la bañó, le dio comida, cuidado y amor, más le puso nombre – Pepper. Observando todo el proceso me sentí, por alguna razón muy extraña, identificada con el todo el proceso. En mi mente pensé: “qué puedes tener tú similar con esa gatita?” En medio del pensamiento Dios me dijo: “¿acaso no eso lo que hice contigo?”. Pablo nos dice en Efesios 2:1: 𝑌 𝑒́𝑙 𝑜𝑠 𝑑𝑖𝑜 𝑣𝑖𝑑𝑎 𝑎 𝑣𝑜𝑠𝑜𝑡𝑟𝑜𝑠, 𝑐𝑢𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑒𝑠𝑡𝑎𝑏𝑎𝑖𝑠 𝑚𝑢𝑒𝑟𝑡𝑜𝑠 𝑒𝑛 𝑣𝑢𝑒𝑠𝑡𝑟𝑜𝑠 𝑑𝑒𝑙𝑖𝑡𝑜𝑠 𝑦 𝑝𝑒𝑐𝑎𝑑𝑜𝑠,”.

Mi amigo, en ese momento comprendí el porque me estaba sintiendo identificada con el proceso – y tú también tal vez te identificas. Dios nos encontró y nos dio vida aun cuando no lo estábamos buscando; pero aun así con su inmerecido amor nos alcanzó y nos dio nueva vida en Cristo. Pablo continúa diciendo: 𝑃𝑒𝑟𝑜 𝐷𝑖𝑜𝑠, 𝑞𝑢𝑒 𝑒𝑠 𝑟𝑖𝑐𝑜 𝑒𝑛 𝑚𝑖𝑠𝑒𝑟𝑖𝑐𝑜𝑟𝑑𝑖𝑎, 𝑝𝑜𝑟 𝑠𝑢 𝑔𝑟𝑎𝑛 𝑎𝑚𝑜𝑟 𝑐𝑜𝑛 𝑞𝑢𝑒 𝑛𝑜𝑠 𝑎𝑚𝑜́, 𝑎𝑢𝑛 𝑒𝑠𝑡𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑛𝑜𝑠𝑜𝑡𝑟𝑜𝑠 𝑚𝑢𝑒𝑟𝑡𝑜𝑠 𝑒𝑛 𝑝𝑒𝑐𝑎𝑑𝑜𝑠, 𝑛𝑜𝑠 𝑑𝑖𝑜 𝑣𝑖𝑑𝑎 𝑗𝑢𝑛𝑡𝑎𝑚𝑒𝑛𝑡𝑒 𝑐𝑜𝑛 𝐶𝑟𝑖𝑠𝑡𝑜 (𝑝𝑜𝑟 𝑔𝑟𝑎𝑐𝑖𝑎 𝑠𝑜𝑖𝑠 𝑠𝑎𝑙𝑣𝑜𝑠),” (𝐸𝑓𝑒𝑠𝑖𝑜𝑠 2:4-5).
Así como Pepper, sin hacer nada, ahora tiene nuevo nombre y nueva familia – de igual manera nosotros tenemos nueva identidad y ahora pertenecemos a la familia de Dios. Su Palabra lo dice de esta manera: “𝐴𝑠𝑖́ 𝑞𝑢𝑒 𝑦𝑎 𝑛𝑜 𝑠𝑜𝑖𝑠 𝑒𝑥𝑡𝑟𝑎𝑛𝑗𝑒𝑟𝑜𝑠 𝑛𝑖 𝑎𝑑𝑣𝑒𝑛𝑒𝑑𝑖𝑧𝑜𝑠, 𝑠𝑖𝑛𝑜 𝑐𝑜𝑛𝑐𝑖𝑢𝑑𝑎𝑑𝑎𝑛𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑙𝑜𝑠 𝑠𝑎𝑛𝑡𝑜𝑠, 𝑦 𝑚𝑖𝑒𝑚𝑏𝑟𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑓𝑎𝑚𝑖𝑙𝑖𝑎 𝑑𝑒 𝐷𝑖𝑜𝑠,” (𝐸𝑓𝑒𝑠𝑖𝑜𝑠 2:19).
Que nuestras vidas sean reflejo de la nueva identidad que tenemos en Él. Ya no vivamos como cuando éramos esclavos del pecado. Ahora en Cristo tenemos nueva vida – nueva identidad y somos profundamente amados por nuestro Padre Celestial.